La desigualdad de género es todavía uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo

La desigualdad de género es todavía uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. Según cifras del Banco Mundial, las mujeres tienen 25 por ciento menos acceso a los derechos que se consideran universales, entre ellos, al empleo y al salario, afirmó Tania Esmeralda Rocha Sánchez, académica de la Facultad de Psicología (FP).

Ellas, desde niñas, siguen enfrentando problemáticas como el matrimonio forzado, y no todas tienen la posibilidad de decidir en torno a temas como reproducción, embarazo o anticoncepción, añadió en la conferencia organizada por la Unidad de Materiales de Enseñanza y Apropiación Tecnológica de la entidad.

Explicó que dentro de las dificultades que todavía se enfrentan en este tema se encuentran tres dimensiones críticas de la autonomía de las mujeres: económica, es decir, la capacidad para generar ingresos propios y controlar esos activos; en la toma de decisiones, o sea, en su plena participación en las determinaciones que afectan sus vidas y a su colectividad; y física, referente a una vida libre de violencia en los ámbitos público y privado, así como al poder de decisión sobre su cuerpo y su sexualidad.

Techo de cristal

Al respecto recalcó la creciente feminización de la pobreza, la existencia del techo de cristal para ocupar altos cargos o puestos de decisión, o el hecho de que niñas y mujeres siguen siendo el principal foco de explotación sexual, trata de personas, y colocadas como objeto de trueque o vendidas por sus propias familias.

Cuando se habla de violencia de género, y específicamente de la violencia machista y sexista contra las mujeres, es fundamental entender y visibilizar que no es un problema de un Estado, de un país o un grupo de mujeres específico, sino que es una pandemia, porque no discrimina naciones o escenarios.

Ellas, sobre todo las jóvenes, han tomado las calles y han hecho protestas; han expresado la digna rabia, el enojo, la frustración, el cansancio, la desesperación y el hartazgo de ser constantemente violentadas. Se trata, abundó la especialista en la sesión moderada por Magda Campillo Labrandero, jefa de la División de Estudios de Posgrado e Investigación de la FP, de una manera de responder y manifestar la inconformidad y búsqueda de respuesta ante las injusticias que vivimos, a situaciones muy concretas como el sexismo, el racismo o la discriminación.

Rocha Sánchez expuso que el anglicismo sororidad alude a la hermandad entre mujeres, en contrapartida a la idea de fraternidad que haría referencia a los varones, e integra aspectos como amistad o afectos, y la solidaridad entre ellas con un fin: el empoderamiento.

La antropóloga y feminista Marcela Lagarde habla del término como una dimensión ética, política y práctica del feminismo, como una experiencia donde se buscan relaciones positivas y de alianza existencial y política con otras para contribuir en acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión, y el apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y el empoderamiento vital de cada una.

Además, se refirió a la importancia de la colectividad. “La idea de la sororidad, de buscar una alianza entre nosotras, no tiene que ver con un lazo biológico, con que seamos amigas, conocidas o hermanas, ni tampoco se traduce en una cuestión de compartir los mismos pensamientos. Sino de encaminarse a la posibilidad de desmantelar este sistema que, entre otras cosas, ha tomado la dimensión de género como una forma para establecer desigualdades y opresión en la vida de muchas mujeres y de las personas en general”.

Ser sororales no se puede colocar en una cuestión de elección individual, sino pensar en una transformación social radical. El anhelo de equidad no nace por un montón de mujeres que se juntan, sino porque ellas se reúnen para liberar de la opresión cultural a su género, precisó.

Tania Rocha mencionó que la sororidad se vuelve un requisito indispensable para el empoderamiento de las mujeres, porque en su carácter ético implicaría que todas, como colectivo, “pudiéramos generar prácticas de cuidado de las unas a las otras, frente a las diversas formas de violencia de género”.

Hay que poner la sororidad en marcha, luchar para que ninguna mujer, sin importar su color de piel, edad, condición, expresión de género, etcétera, quede fuera del acceso a los derechos básicos y fundamentales de todas las personas, para que ante alguna agresión verbal o física “estemos en la disposición de ayudar, no de burlarnos ni de cuestionar o no creerle”, para solidarizarnos con las mujeres ante la violación de sus derechos fundamentales, no permitir que alguien se refiera a alguna de ellas con vocabulario inapropiado y machista, ni juzgarla por su forma de vestir.

El buen trato y el cuidado mutuo son ejes rectores de la sororidad. Y todo ello requiere de un trabajo colectivo constante, finalizó Rocha Sánchez.

Con información de Laura Lucía Romero Mireles, Gaceta UNAM.

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