Necesarias las políticas laborales de flexibilidad para las mujeres
De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco), México está por debajo del promedio mundial de mujeres que tienen un empleo; una mujer en nuestro país dedica, en promedio, 67.8% horas al trabajo no remunerado, casi el triple de tiempo que le dedica un hombre; el 72% de las mujeres que no tienen empleo remunerado, pero quisieran trabajar, son madres, y quienes son mamás tienden a buscar empleos más flexibles, lo que se traduce en mayores tasas de informalidad, jornadas laborales más cortas y, por lo tanto, menores ingresos.
¿A qué nos lleva a reflexionar esto? Lo que nos dice es que las oportunidades son desiguales y, peor aún, sabemos que la pandemia las enfatizó. De cierta forma, el teletrabajo tuvo un impacto más negativo que positivo en la fuerza laboral femenina. Ellas no sólo tenían que laborar, sino también realizar labores domésticas, hacerse cargo de los niños que estudiaban en casa y, en algunos casos, de los adultos mayores de la familia.
Desde mi punto de vista, esta problemática no se resuelve con home office, ni siquiera con el surgimiento e implementación de la NOM-037 que justamente busca generar ambientes favorables de trabajo remoto –incluso contempla un apartado para la prevención de la violencia doméstica–. Lo que necesitamos como género son verdaderas políticas de flexibilidad que le permitan a las colaboradoras cumplir con sus compromisos, tanto laborales como personales, sin miedo a perder su empleo.
Recuperar los empleos femeninos requiere romper con los estereotipos y roles de género en el hogar y el trabajo. Debemos flexibilizar los esquemas de trabajo y visualizar un panorama más amplio de opciones a fin de que las mujeres trabajadoras no tengan que escoger entre la maternidad y el desarrollo de una carrera profesional. Los puestos de trabajo a los que se postulan deberían garantizarles una mejor calidad de vida y mejores oportunidades.
Necesitamos terminar de igual forma con los estereotipos de conexión. Antes era mal visto irte de la oficina a las seis en punto, hoy no responder correos electrónicos a las 10 de la noche es signo de que no te pones la camiseta. En definitiva, las actividades dentro de una organización deben estar basadas en objetivos, no en el presentismo virtual. Hoy estamos enfocados en garantizar que la gente esté detrás de la computadora en sus casas, pero eso no da flexibilidad, equilibrio ni satisfacción.
El home office no es la única forma de permitir que las personas trabajen de manera flexible para encontrar balance. También se pueden implementar permisos remunerados para dar oportunidad a las colaboradoras de atender actividades personales apremiantes (como enfermedad o llevar a los hijos a la escuela). Además, ampliar los permisos de paternidad para que esa responsabilidad pueda ser más compartida y que los hombres tengan el mismo derecho de asumir el rol que tienen con los niños.
Implementar esto y horarios escalonados genera un ambiente laboral que evita que las mujeres que trabajan y son madres de familia tengan que decidir entre dedicarse al hogar o unirse al mercado laboral con el riesgo de no cumplir sus tareas debido a sus múltiples responsabilidades”.
Otro aspecto relevante a considerar en el marco de esa decisión son las principales redes de apoyo con las que cuentan y que prácticamente desaparecieron con la emergencia sanitaria: las escuelas y los abuelos. Carecer de ellos visibilizó en muchos sentidos la carga excesiva de actividades que a menudo tiene una mujer fuera de la oficina.
Por desgracia, en nuestra sociedad sólo se entiende como riqueza aquello que produce dinero, de modo que en el cuidado de los niños y los adultos mayores no se percibe una función económica. ¡Gran ironía si consideramos que el cuidado adecuado de una persona anciana reduce gastos de salud y que los pequeños son la fuerza laboral del mañana!
Es momento de que como sociedad reconozcamos que ese trabajo no remunerado también genera riqueza, una que es mucho más sostenible en el tiempo pues hace es que sigamos siendo una sociedad sana.
Sin duda, empresas, sociedad y gobierno podemos y debemos hacer una alianza para fortalecer el rol de las mujeres en las organizaciones y en la economía. Sería una gran idea que el gobierno coadyuvara con una red pública y gratuita de escuelas, centros de día o residencias de adultos mayores que dieran soporte a las mujeres por el rol que juegan en el cuidado de la familia en general.
Y reitero, hay que cambiar la cultura organizacional del presencialismo virtual. Pretender que los equipos estén conectados todo el tiempo es seguir hablando de presencialismo. La cultura de las organizaciones que quieran estar a la vanguardia deberá ser flexible y por objetivos. Mientras no asumamos eso, no vamos a ser empresas auténticamente flexibles y nuestra cultura no podrá apoya la conciliación entre vida y trabajo.
Nuestro reto es entender que más que trabajar en la casa o en la oficina, las personas buscan flexibilidad para cumplir con sus distintos roles. Es apremiante entender que cada trabajador o trabajadora es capaz de crear un sistema que le permita ser más eficiente y feliz. Eso es en lo que deberíamos estar enfocados. La experiencia postpandemia y ahora la NOM-037 sólo sientan las bases para ir hacia allá.
Con información de Estrella Vázquez, El Economista.↵
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