Desplazamiento forzado, mercado laboral y violencia contra las mujeres

“Siempre pasaban ahí por la casa hombres bien armados y siempre se agarraban a balazos. Siempre, casi siempre pasaban helicópteros bien harto armados”. Es lo que recuerda de su hogar en Michoacán una niña de 10 años, quien se trasladó con su familia a Tijuana, Baja California, a la espera de poder cruzar la frontera hacia Estados Unidos.

El relato proviene del informe Es mucho daño lo que yo tengo: Niñas, niños y adolescentes desplazados forzados internos en la frontera norte de México, publicado por Unicef. Un título que da idea de lo que pasaron en sus lugares de origen y de lo que pasan lejos de ahí.

Mientras las familias de diversas entidades del país aguardan en los albergues, ¿de qué sobreviven, de dónde obtienen ingresos? Las personas adultas necesitan un empleo para sostener a sus familias, pero es difícil que lo consigan por un cúmulo de situaciones. Y en ocasiones, sus hijas e hijos se ven orillados a trabajar.

“Todos los albergues permiten las salidas con fines laborales, aun con el riesgo por covid-19. La condición para salir es que un integrante de la familia se haga cargo del cuidado de niñas, niños y adolescentes”. Pero cumplir ese requisito “limita en extremo” a las mamás solas.

En los casos que pudo documentar el equipo de Unicef “el acompañamiento del padre o esposo es escaso”. Las razones: la relación se había disuelto con anterioridad, él es el agresor y fue la causa del desplazamiento o fue víctima mortal o cautiva de la delincuencia organizada.

Para 2018, el Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC, por sus siglas en inglés) estimó un acumulado de 338,000 personas desplazadas en México por conflictos y violencia. El 31% eran niñas, niños y adolescentes, más de 105,000. Esa cifra subió a 345,000 a finales de 2019.

Los estados con mayor incidencia de desplazamiento forzado en México son Michoacán y Guerrero. El Estado de México se ubica en el tercer lugar de mayor expulsión, le siguen Jalisco, Aguascalientes y Nuevo León.

El trabajo de cuidados sostiene los salarios
Los antecedentes más cercanos del desplazamiento forzado interno en México, en la década de los 70, son los conflictos armados por la posesión de tierras, señala el informe. Pero ahora ese fenómeno está más vinculado “con el crimen organizado en zonas rurales y urbanas”.

Algunas familias huyen porque atacaron a una persona de su círculo cercano o su comunidad. Otras lo hacen como “una respuesta preventiva ante la posibilidad latente de sufrir daños −o mayores daños−, en su lugar de residencia”. En ambos casos la salida es involuntaria y tiene un sentido de escape, por lo que suele ser inmediata o a corto plazo y con escasos recursos, explica Unicef.

Una gran parte de las personas desplazadas llega a Tijuana o Mexicali, siguiendo las rutas tradicionales de la migración laboral hacia Estados Unidos. Su estancia es temporal, de paso, eso dificulta que les contraten, incluso en la informalidad.

Los sectores en los que suelen emplearse son: servicios, comercio −principalmente restaurantes, tortillerías o ventas por su cuenta− y labores agrícolas.

Según el informe, el empleo fuera del albergue “es poco común entre las y los adolescentes desplazados forzados acompañados”. Sin embargo, dos adolescentes, uno de 14 y otro de 17, trabajaban en una maquiladora cercana, en una colonia “catalogada como peligrosa”. Otro adolescente de 16 años trabajaba con su papá en un autolavado.

Unicef encontró que una estrategia familiar para que más integrantes del núcleo se puedan emplear y recibir ingresos es rotar a las personas cuidadoras. Algunas mamás que no pueden salir a trabajar porque no tienen quién les cuide a sus hijos o hijas en el albergue “lo resuelven prestando sus servicios para cuidar a niñas y niños pequeños de compañeras del albergue”.

Ellas son las más vulnerables, principalmente quienes carecen de apoyos monetarios por parte de sus redes sociales. “A falta de recursos, están inmovilizadas para realizar trámites, conseguir medicamentos o alimentos especiales para sus hijas e hijos o contar con crédito en su celular, entre otras necesidades básicas”.

Los albergues que visitó el equipo de Unicef tenían “una mayor concentración de mujeres mexicanas”. Sus testimonios evidenciaron la manera en que son particular y fuertemente impactadas por la violencia de la delincuencia organizada, familiar y de género.

En su recorrido, sólo encontraron a un padre sin pareja y con tres hijos, dos adolescentes y uno de 2 años de edad, “cuyo cuidado le complicaba emplearse”. También estaba un abuelo “que fungía como cabeza de familia en la toma de decisiones”, y era el cuidador de su nieto de 5 años de edad, mientras su hija de 21 años buscaba trabajo.

Con información de Blanca Juárez, El Economista.

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