Cómo gestionar nuestras emociones y relaciones laborales

Nos encontramos en el siglo del miedo a no estar a la altura o la llamada “epidemia de inseguridad”, derivado de los estándares tan elevados que la sociedad nos exige y, precisamente, este es uno de los motivos por los que a día de hoy competimos más, aunque sólo sea con nosotros mismos. Así es como laboralmente nos autoengañamos con la idea de: “cuantas más horas trabaje mejor”. Cada uno se contará la película que sea: “seré mejor; valdré más; así al fin me reconocerán; conseguiré acceder a aquel puesto que quiero; me felicitarán por todo lo que hago” …

Constantemente nos mentimos a nosotros mismos y a los demás, sin ser conscientes de ello, por supuesto. Los autoengaños hacen alusión a las soluciones que ponemos en marcha ante una dificultad y tienen éxito en un momento determinado. Por ello, posteriormente, lo replicamos pensando que igualmente en el futuro nos funcionará, pero habitualmente suele ser una mentira que nos contamos.

Por ejemplo, si de repente tenemos una reunión importante, sí que puntualmente nos funcionará trabajar más horas y darlo todo antes de la reunión. Pero si generalizamos el alargar nuestra jornada laboral para así trabajar más horas debido a la sensación constante de no estar a la altura, el contexto ya es completamente distinto. ¿Tú crees que es sostenible en el tiempo diariamente trabajar más horas o que sólo puede ser sostenible tener picos de jornadas más largas de trabajo en momentos puntuales?

Otro de los falsos mitos que las personas tenemos interiorizados consiste en desahogarnos y hablar de nuestros problemas. Pero así no se solucionan, incluso, generalmente lo que sucede es que así aumenta después nuestro malestar ya que lo volvemos a traer y traer. El desahogo sin solución aumenta la sensación de tu incapacidad frente al problema, porque lo hablas, lo compartes y después todo sigue igual: tú sigues con el mismo problema. Por lo tanto, el autoengaño de: “Contarlo todo y desahogarse o contar tus problemas realmente puede llegar a pesar en las relaciones”. ¿Sabes relacionarte sin hablar de tus problemas o necesitas hablar de ellos constantemente?

Además, cuando nos sucede algo en el contexto laboral, no solemos saber gestionar nuestras emociones y relaciones laborales, por ello finalmente es frecuente que en casa se cuente y la familia acabe pagándolo mediante el conflicto y los enfados. Si no digerimos las emociones, éstas se bloquean dentro de nosotros y acaban saliendo de la peor manera posible. Es cuestión de tiempo que esto suceda. Quizá no nos atrevamos a decirle a alguien que no, a marcar un límite o a mostrar nuestro enfado o firmeza con un compañero o jefe y, por lo tanto, esa emoción no gestionada casi seguro que saldrá en casa, porque buscará ser liberada de alguna manera. Por ello, es mejor anticiparnos y aprender a trabajar con un psicólogo las situaciones que habitualmente nos suceden con las personas, para así no padecerlas más y aprender de ellas, porque debajo hay siempre un aprendizaje.

¿Cómo podríamos llevar a cabo una sana autogestión emocional?
Intentando reconocer nuestras propias emociones y la experiencia emocional subjetiva que le acompaña, para después aprender a regularnos emocionalmente y ayudar a regular las emociones de los demás.

Para ello es fundamental canalizar las emociones. Debemos aprender a gestionarlas y no a padecerlas, porque nos impactan en todos los ámbitos de nuestra vida.

Estas son mis pequeñas recomendaciones de cada emoción de base:

El enfado debe ser expresado en el momento, pero sin dañar al otro, ni a ti mismo. Por tanto, deberemos poner los límites necesarios para ello. “Sin límites, no hay paraíso”.
El dolor debe ser atravesado, abrimos la herida, echamos alcohol y así conseguiremos cerrarnos la herida. Y no, no sirve con evitar pensar o sentir el dolor, porque así no hacemos más que aumentarlo. No existen mecanismos milagrosos para el dolor más que pasar por en medio de él.
El miedo para que no sea padecido y no nos lleve a la pérdida de control, ni al pánico, debe ser afrontado. Es decir, hay que mirarlo a la cara para que se convierta en coraje, y nunca debe ser evitado.
El placer también debe ser concedido, pero a pequeñas dosis, porque a grandes dosis puede ser letal. Por ejemplo, cuando el trabajo que tenemos nos gusta, nos genera placer, pero, si empezamos a quedarnos más y más en el trabajo y a perdernos la vida, puede llevarnos a la adicción por el trabajo. Por ello, es más importante concedernos el placer en cuanto a calidad y no tanto en cuanto a cantidad.

Con información de Elena Olaiiz, Mundo Deportivo.

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