Síndrome del impostor en el trabajo

¿Has sentido alguna vez que no mereces tus logros y que en cualquier momento se darán cuenta que eres un fraude? Si te identificas con esto, ¡bienvenido al club del Síndrome del Impostor! Ya somos muchos los que hemos pasado por ahí, pues es un fenómeno psicológico que afecta a millones de personas que a veces no podemos internalizar nuestros logros y sentimos un miedo persistente a ser descubiertos como una “farsa”.

Creer ser un impostor significa sentir que no merecemos el éxito obtenido, atribuyéndolo a la suerte, el azar o incluso al engaño en lugar de las propias habilidades y esfuerzos. Es terrible. Lo percibo rondando mi mente incluso mientras escribo estas palabras –esa voz que te dice: “No eres suficiente”, “tú no eres el especialista en el tema”, “te van a criticar”, “vendrá un verdadero experto y te desenmascarará”–.

Nadie está completamente a salvo. Es una distorsión cognitiva que puede atacar indiscriminadamente a jóvenes, adultos, hombres, mujeres, deportistas, directores de grandes empresas, emprendedores, escritores, artistas y cualquier otra persona que haya logrado cualquier cosa en su vida o haya pasado un umbral importante, como cambios de rol, cultura, clase social, profesión, etc. ¿Te suena?

El síndrome del impostor se origina en la discrepancia entre tres cosas: cómo nos experimentamos internamente, cómo nos presentamos al mundo y cómo creemos que el mundo nos percibe. Es decir, es una tensión entre aquello que creemos de nosotros mismos, lo que mostramos y lo que pensamos que causan nuestras acciones en quien las mira. El yo interno, las acciones y el reflejo. El fenómeno elude a una crisis continua y no expresada que surge de las brechas entre estas diversas versiones del yo. Algo enredado, ¿no? Al final, mientras más lejos y en conflicto están las tres percepciones, más tensión psicológica causa, es decir: más ansiedad y más distrés.

Expresado de otra forma, es una lucha entre un “yo verdadero” que sólo quiere ser amado y un “yo construido” que está fortalecido por ciertos comportamientos que creemos que son indispensables para lograr ese amor o aceptación. Ese constructo es producto de experiencias de la infancia, presiones sociales, la búsqueda de perfección, etc. Todo, menos la verdad interna y sana de nuestra psique.

La ciclicidad de esa lucha aleja cada vez más la conexión con la autenticidad de los impulsos y las expresiones de nuestro “yo verdadero”, pues lo mantenemos oculto por cumplir con un modelo copiado alejado del equilibrio. Si lo dejamos descontrolado e inconsciente, ese “yo construido” tarde o temprano nos puede llevar a evitar el contacto total con el “verdadero yo” al creemos el cuento de que, si alguna vez es descubierto y puesto en evidencia, sería rechazado y descartado por no ser suficiente.

El fenómeno completo es en realidad una parte ineludible de estar vivo. Somos seres sociales que necesitamos pertenecer, pero a veces esa necesidad de pertenencia nos hace perder nuestra esencia, generando en vez de ello una copia de algo que creemos que es correcto y perpetuando el ciclo. ¿Te das cuenta de la ironía?

Ahora bien, también es esencial reconocer el papel de cosas como la discriminación, el clasismo o el machismo en la experiencia del síndrome del impostor. Entender el contexto completo de los traumas causados por la exclusión y los sistemas de opresión puede brindar una perspectiva más clara de los desafíos que enfrenta cualquier grupo minoritario cuando intenta lograr sus metas o romper un techo de cristal.

No todo está en un ‘error del sistema’ del individuo, también es efecto de una exigencia social muy real y latente que cada vez tiende a ser más tóxica. Los modelos perfectos con los que nos comparamos muchas veces son inalcanzables, por lo que la comparación siempre es desfavorable y patológica. Si juntamos esa realidad social, con una crianza irrespetuosa, tenemos una bomba de ansiedad en potencia”.

Antídoto para el síndrome del impostor
Ahora bien, ¿cuál es la solución? ¡Vaya! Aquí sí que vuelve a primer plano el “síndrome”. ¿Quién soy yo para decirte cómo reducir el estrés de este conflicto? Lo único que me aventuraré a compartir es la propia experiencia. Para mí, la clave es el cultivo de la presencia y las relaciones sólidas.

Hay que tomarse el tiempo para reflexionar sobre el origen, la naturaleza y los efectos de nuestras emociones y pensamientos. Hacerlo solos o con ayuda es crucial para enfrentar esa sensación de no merecer nuestros logros. Aprender a reconocer y comprender nuestras propias habilidades y nuestro mundo interior es indispensable para construir una autoimagen más saludable. Esto implica tratarnos con amabilidad, recordándonos que todos somos imperfectos y que tenemos que cometer errores en el camino para crecer.

Una vez que aprendas a identificar las raíces y los matices del sentimiento, es fundamental evaluar objetivamente tus verdaderos talentos y habilidades. Escribe una lista honesta con las cosas en las que no eres tan bueno, las cosas en las que eres regular y las cosas en las que realmente destacas para poner en perspectiva tus habilidades y logros. Apóyate de amigos, familiares o mentores en los que confíes para contrastar y aprender mucho más de ti.

De igual forma, establecer relaciones auténticas y significativas con personas que nos entiendan y apoyen es clave para lidiar mejor con el miedo a ser “descubiertos” como impostores. Estas conexiones nos proporcionan un entorno seguro donde podemos compartir nuestras inseguridades, recibir retroalimentación constructiva y validar nuestros logros. La investigación ha demostrado que el apoyo social es un factor muy importante para mejorar la salud mental y reducir la ansiedad relacionada con esta problemática.

Enfrentar la sensación de ser un impostor es un proceso continuo que requiere introspección, autocompasión y apoyo de los demás. Al adoptar una mentalidad de crecimiento, cultivar relaciones de apoyo y practicar la autocompasión, podemos disminuir el impacto de esas dudas en nuestras vidas y alcanzar nuestro verdadero potencial, que usualmente está alejado del modelo de perfección que la sociedad trata de imponernos.

Recuerda que tu valor no está atado a los pensamientos negativos en tu cabeza. Cuando la presión sea alta, hay que tomarse un descanso y cuidarnos de verdad.

Si bien es probable que no haya una cura mágica para eliminar por completo la sensación de ser un impostor, podemos tomar medidas para gestionar estos sentimientos y aprender a aceptarnos tal como somos.

Al enfrentar los sesgos y las distorsiones cognitivas de una manera más proactiva y valiente, podemos avanzar en nuestro crecimiento personal y profesional, para, en última instancia, disfrutar de una vida más plena y auténtica.

Con información de Alejandro Ureña Ameva, El Economista.

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