Cuando los ambientes de trabajo son tóxicos, la renuncia se convierte en algo liberador a pesar del desempleo

Renunciar, a diferencia del despido, tiene implícito un sentimiento de haber ganado, pese a que la incertidumbre del desempleo es la misma si no se tiene otra propuesta, ¿por qué esta decisión tiene esta característica?

Andrea refiere que estaba intentando mantener su estabilidad laboral y con ello evitar renunciar, así que decidió ignorar algunas señales que su cuerpo le estaba mandando: una especie de alergia nerviosa.

Tan sólo tres meses en su trabajo y una alergia, le bastaron para decidir que no era lo que quería en ningún sentido. Un buen sueldo nunca será suficiente para sacrificar la salud física y mental, afirma.

La alergia de Andrea desapareció a los días que dejó de trabajar ahí.

La renuncia por bienestar, una tendencia de 2025
Un trabajador renuncia por muchas razones. En el mejor de los casos por mejorar, ya sea porque se le ofrece mayores desafíos o un sueldo más alto.

Pero también existen colaboradores que no encuentran otra salida ante experiencias negativas, bajo reconocimiento, agotamiento o falta de compromiso con la cultura laboral, todas estas razones crean lo que hoy se conoce como renuncia por venganza o “revenge quitting”.

Los trabajadores de la generación Z son los que más están renunciando por venganza, aunque no son los únicos. Glassdoor reveló en su informe Tendencias de la Vida Laboral 2025, que 65% de los empleados se sienten atrapados en jornadas laborales tóxicas.

El análisis señala que una de las tendencias de este 2025 es que el resentimiento acumulado de los colaboradores se desbordará, sobre todo porque se sienten estancados en sus carreras.

Según Glassdoor, dos de cada tres colaboradores afirman sentirse estancados en sus puestos actuales. En particular, 73% de los encuestados en el sector tecnológico, 68% de las mujeres, frente al 62% de los hombres que reconoce sentirse así.

Para la consultora, cuando el mercado laboral se reactive se abrirá una válvula de escape para liberar la presión acumulada, dando a los trabajadores la opción de renunciar en busca de mejores opciones de mercado.

La sensación de aventar los papeles y decir “renuncio”
Así como el meme donde el empleado ve tantos papeles, que se traducen en situaciones por resolver, y los tira al aire tomando una actitud de libertad al decir “renuncio”, esa es la sensación que da tomar esa decisión, muy liberadora.

Reisy Abramof, experta en trabajo remoto y coach, advierte que el revenge quitting es catártico. “Sentimos que finalmente recuperamos el control”, así lo describe.

Y señala que después de esa sensación liberadora, de quitarse un peso de encima, vienen las consecuencias de ello, por ejemplo, el no tener empleo, lo cual siempre será una situación de estrés para casi todos, a menos que se tengan ahorros para enfrentarlo.

La especialista considera que hay otra forma de enfrentar esa frustración de no ser reconocido o tener una cultura laboral tóxica, una de ellas es utilizar esa insatisfacción como motor de crecimiento. Recomienda lo siguiente:

Aprender nuevas habilidades. Invertir en cursos, mentorías o certificaciones que ayuden a encontrar una oportunidad que se alinee con la ruta profesional.
Construir una marca profesional. Compartir conocimiento, generar networking y convertirse en referente en la industria.
Generar un plan de salida bien estructurado. Asegurarse que cuando sea el momento de irse, sea con opciones y no con dudas.
Elegir bien el próximo paso. No aceptar cualquier trabajo solo porque es una salida. Se debe buscar un lugar donde realmente pueda crecer.
“No permitas que un ambiente tóxico te haga actuar desde la rabia o la desesperación. Toma el control, planea tu siguiente paso y asegúrate de que tu salida sea el inicio de algo extraordinario”, recomienda.

Así que, si la sensación de “necesito salir de aquí ya” invade, se debe respirar hondo y generar un plan, de esta manera la sensación de libertad será más duradera que solo el momento en que se dice “renuncio”.

Con información de Sonia Soto, El Economista.

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