El trabajo digno también requiere tiempo para vivir

Cada 1° de mayo conmemoramos el Día Internacional del Trabajo, una fecha que invita no solo a recordar las luchas históricas que dieron origen a derechos como la jornada de ocho horas, el salario digno, la seguridad social y la libertad sindical, sino también a reflexionar sobre el presente y el futuro del mundo laboral.

José Luis Rodríguez Díaz de León.
Columna invitada.
El Heraldo de México.

01 de mayo de 2025.

En México, esta conmemoración adquiere un significado especial, al reconocer el esfuerzo de generaciones de trabajadores y trabajadoras que han sostenido la vida económica, familiar y social del país. Sin embargo, es indispensable preguntarnos si las condiciones actuales permiten ejercer plenamente los derechos humanos en el ámbito laboral, poniendo especial atención en uno de los desafíos más apremiantes: la duración de las jornadas de trabajo y su impacto en la vida personal, familiar y comunitaria.

De acuerdo con los datos más recientes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México es el país donde más se trabaja en todo el bloque de naciones que la integran. En promedio, las personas trabajadoras mexicanas laboran más de 48 horas por semana. Este número supera por mucho el promedio de la OCDE, que se sitúa en 37 horas a la semana, y está muy por encima de países como España con 37.5 horas a la semana, Alemania con 34.5 horas, y Dinamarca con 33 horas, que han logrado consolidar modelos laborales más equilibrados, con altos niveles de productividad y bienestar social.

La pregunta no es por qué trabajamos tanto, sino qué implicaciones tiene esa carga en nuestra vida diaria. Porque más allá de los indicadores, las largas jornadas laborales representan una realidad tangible que se traduce en fatiga crónica, estrés laboral, una disminución del tiempo para la familia, limitaciones para la diversión, el accesona la cultura o la formación continua y, en general, un deterioro de la calidad de vida. En este contexto, hablar de trabajo digno es también hablar de tiempo. Tiempo para cuidarnos, para convivir, para estudiar, para crear, para acceder a la cultura, sobre todo, para vivir con plenitud, para reconstruir el tejido social.

Este no es un problema nuevo ni exclusivo de México. En distintos países del mundo, los debates sobre la reducción de la jornada laboral han cobrado fuerza en los últimos años, a la luz de nuevas formas de organización del trabajo, avances tecnológicos, transformaciones en los valores sociales y, por supuesto, a partir de una mayor conciencia sobre la necesidad de armonizar la vida laboral con el bienestar integral de las personas. En nuestro país, hoy en día hay una discusión para reducir la jornada laboral máxima de 48 a 40 horas semanales. Hay que sumar voces hasta lograrlo.

Pero más allá del cambio legislativo, la verdadera transformación requiere una reflexión cultural profunda. Históricamente, el modelo laboral en México ha estado fuertemente influenciado por una lógica que valora la presencia física en el trabajo por encima de los resultados o del bienestar. En muchas ocasiones, el compromiso se mide por el número de horas frente al escritorio, no por la calidad ni el impacto del trabajo realizado. Esta visión, que podría haber tenido sentido en contextos industriales del siglo pasado, resulta cada vez más insuficiente en un entorno donde la innovación, el conocimiento y la creatividad son claves para el desarrollo económico.

Desde una perspectiva de derechos humanos, esta situación plantea desafíos relevantes. El derecho al trabajo —establecido en la Constitución Mexicana, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en múltiples tratados internacionales ratificados por nuestro país— implica no solo la posibilidad de acceder a un empleo, sino también de ejercerlo en condiciones que respeten la dignidad humana. Esto incluye una jornada razonable, tiempos adecuados de descanso, vacaciones, condiciones seguras y saludables, y un salario suficiente para una vida digna.

En efecto, el exceso de trabajo sin las garantías necesarias puede derivar en una vulneración de derechos. Cuando las personas trabajadoras no tienen tiempo para descansar adecuadamente, para cuidar de su salud, para atender a su familia o para desarrollarse plenamente, no estamos hablando solo de una situación laboral injusta, sino de una realidad que afecta el ejercicio de otros derechos fundamentales como el derecho a la salud, a la educación, al esparcimiento y a la vida en comunidad.

Por ello, es fundamental avanzar hacia una concepción del trabajo como una herramienta para el desarrollo humano, no como un fin en sí mismo ni como una carga que limite las posibilidades de vivir con dignidad. Esto implica repensar nuestras políticas públicas, fortalecer la cultura de cumplimiento laboral, fomentar la innovación en la organización del trabajo, y sobre todo, colocar en el centro de todas nuestras decisiones a las personas.

En este Día del Trabajo, reconozcamos la importancia del trabajo como motor de nuestra vida en común, pero también reafirmemos nuestro compromiso con una transformación que lo humanice, que lo dignifique y que le devuelva a cada persona trabajadora lo que merece: no solo un empleo, sino una vida que valga la pena ser vivida.

Sigamos trabajando juntas y juntos, para que nadie se quede atrás.

Maestro José Luis Rodríguez Díaz de León
Magistrado Presidente del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje

FACEBOOK: @RODRIGUEZDIAZDELEONJOSELUIS
TWITTER: @LUIS_DIAZDELEON

Publicado en El Heraldo de México.

JLRDDL

Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Derecho Constitucional, también por la UNAM y cuenta con una especialidad en Derechos Humanos. Diputado de la I Legislatura del Congreso de la Ciudad de México (2018-2021) Como parte de su trabajo en la Academia y la Enseñanza, se ha desempeñado también como Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México.

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