No sólo llegó al posgrado y se convirtió en astrónoma de la UNAM, también se transformó en una de las divulgadoras de la ciencia más reconocidas que inspiró a muchas generaciones. A pesar de su fama, en lo personal era una mujer humilde, cálida y de gran corazón.
La divulgación de la ciencia era su pasión. Siempre que alguien le preguntaba por un tema le brillaban los ojos, se emocionaba, pensaba unos segundos cómo explicarlo y al final lo hacía de la forma más accesible.
No importaba el tópico, tenía la habilidad de convertir las ideas más complejas en lo más sencillo. Desde el equinoccio, los agujeros negros, la materia y energía oscura, la velocidad de la luz, el campo magnético de la Tierra, la expansión del Universo, hasta la unificación de la física, y muchos temas más, siempre explicaba de forma didáctica, incluso usaba diferentes objetos para hablar de la astronomía. Podían ser globos, ligas, planetas creados con bolas de unicel, palitos de madera, cualquier objeto servía. Lo importante era que todos entendieran, desde los más pequeños hasta los adultos.
En cada presentación o conferencia llevaba libros de su autoría para obsequiar y al final regalaba chocolates acompañados de una frase: “La ciencia es dulce”.