Pepena, trabajo esencial contra el cambio climático pero sin derechos laborales

El trabajo de los recicladores es esencial, pero laboran en la precariedad absoluta y con el peso de estigmas y desprecios. Un caso en Guanajuato podría poner el ejemplo de cómo hacer reciclaje inclusivo.

Dolores, Hidalgo, Gto. Toda la mañana se había tropezado con esa bolsa de plástico roja. Entre millones de bolsas repletas de residuos en un tiradero a cielo abierto, que opera a su máxima capacidad, aquella se atravesaba insistente en el camino de Margarita Venegas.

Pero ella buscaba latas de aluminio, cobre, fierro, PET y quizá cartón para luego venderlos al precio que cada mes fija un ente desconocido. Ese año cumplía 30 años de trabajar en el último eslabón del ciclo de los residuos y donde todo comienza de nuevo.

En tres décadas de trabajo, en las que nunca se le había considerado como trabajadora, la pepena de material reciclable le había permitido tener ingresos para subsistir ella y su familia de dos hijos, una hija y un esposo que a veces quiere trabajar.

¿Salario, aguinaldo, vacaciones, seguridad social, licencia de maternidad, guardería, jubilación? Derechos negados para quienes laboran separando los residuos, recolectándolos y poniéndolos a disposición para ser utilizados nuevamente. Al menos hasta que alguien decida que ese objeto es basura, lo tire y ella vuelva a separarlo para ponerlo en juego otra vez.

Su trabajo no es ser Sísifo. Su trabajo se parece más al Samsara budista: el ciclo de vida, muerte y encarnación. Y en ese Samsara de mil olores, Margarita Venegas pasó uno de sus embarazos, menstruó por más de 20 años sin baño, agua y jabón y atravesó la menopausia sin ningún tipo de atención o consideración.

Aquel día, en cada viaje arrastrando los pesados costales a lo largo del tiradero, invariablemente la delgada mujer volvía a mirar esa bolsa roja, amarrada y con algo pequeño dentro. Fastidiada, la abrió. Tenía una cartera abultada. En total, eran 20,000 pesos.

Una retribución del azar y no del Estado por 30 años de trabajo. Veinte mil pesos son casi nada en comparación con las ganancias que la industria obtuvo en México en 2023 tan sólo de la venta de papel y cartón reciclables a diversos países: 11.6 millones de dólares, según la Secretaría de Economía.

Las personas pepenadoras laboran sin vínculo laboral y con bajas ganancias en comparación con los ingresos de la industria del reciclaje. Foto EE: Blanca Juárez
Pepena, trabajo esencial contra el cambio climático
Su trabajo consiste en escoger, entre toneladas de desechos, aquellos que pueden ser reutilizables, los reúnen y los ponen a disposición de los centros de acopio, donde se los compran a precios fluctuantes para luego revenderlos a un mayor precio.

Es decir, las personas pepenadoras son también recicladoras. A diferencia del personal de limpia, que trabaja en los camiones recolectores o barriendo las calles, ellas trabajan por su cuenta, sin vinculación laboral y de manera informal.

Los riesgos de trabajo los asumen, cuando pueden, de manera personal o familiar. Por ejemplo, laborar bajo altas temperaturas, manejar material peligroso o respirar los gases que se emiten en un vertedero sin ninguna protección.

Encima, cargan con el estigma y a veces la vergüenza por dedicarse a una labor menospreciada y hasta despreciada. Además, está prohibida en diferentes entidades o se ha intentado legislar para hacerlo.

En América Latina, más de 2 millones de personas se dedican al oficio del reciclaje, según Latitud R, una plataforma de organizaciones y empresas para articular políticas y programas que aseguren un reciclaje inclusivo.

Ellas “aportan el 50% del material que procesa la industria”. Una industria millonaria, a pesar de que se recicla menos del 5% de las 231 millones toneladas de residuos sólidos municipales en la región. Tan sólo en México, su valor económico es de más 3,000 millones de dólares anuales, con un crecimiento de 10% al año, según la Asociación Nacional de Industrias del Plástico (ANIPAC).

En 2023 Latitud R creó una herramienta para estimar la huella de carbono (la cantidad de gases de efecto invernadero) que evitan las personas dedicadas a la recolección de material reciclable. El estudio se realizó en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú.

Los resultados mostraron que sin el trabajo de estas personas, los residuos que manejaron “hubieran emitido casi 200 veces más gases que los que se generan en procesos de reciclaje inclusivo”.

El cierre de su centro laboral
En el vertedero de residuos del municipio de Dolores Hidalgo, Guanajuato, trabajan Margarita Venegas y unas 100 familias. Ellas se encargan de gestionar los desechos generados por más de 163,000 habitantes.

Las dimensiones que el tiradero alcanzó complican su manejo: se ha incendiado en varias ocasiones y el ayuntamiento ha recibido multas de la Procuraduría de Protección al Ambiente.

Por eso, las autoridades municipales están por clausurarlo. Pero lo harán hasta que el relleno sanitario, que se construye junto al actual tiradero desde hace varias administraciones, quede concluido. Eso podría ahora complicar el trabajo a las familias recicladoras.

Por ejemplo, según la Norma Oficial Mexicana (NOM) 083 las autoridades de protección al ambiente deben verificar “que no existe pepena” en un “sitio de disposición final de residuos sólidos urbanos y de manejo especial”, como un relleno sanitario.

“Sí habrá entrada en el nuevo basurero para los compañeros. El presidente municipal, Adrián Hernández, me ha ofrecido participar en las mesas de trabajo con sus directores de Ecología” para asegurar que la voz de este gremio esté presente en las negociaciones, dice Abel Balderas Ramírez, presidente de la Asociación de Recicladores Lázaro Cárdenas del Río.

La organización fue fundada hace 31 años por el padre de Abel, Anacleto Balderas, y agrupa a decenas de familias recicladoras que laboran en el tiradero municipal. Es la única en México parte de la Red Latinoamericana y del Caribe de Recicladores (Red Lacre).

Desde la visión del reciclaje inclusivo y apoyado por Latitud R y la empresa Soluciones Ecológicas, el ayuntamiento ha iniciado un plan para que personas de la asociación recolecten los residuos en un fraccionamiento y asegurar que no se queden sin una fuente de empleo.

Les proporcionaron uniformes y otro equipo de protección, como guantes. También informaron a los vecinos sobre la importancia y la dignidad del trabajo de estas personas, y les pidieron que entreguen los residuos separados y limpios.

Pero para algunas de las trabajadoras y trabajadores el plan tiene inconvenientes. El primero es la cantidad de residuos que pueden recibir en comparación con la que encuentran en el vertedero. Si bien el fraccionamiento se compone de 1,100 casas, visitan el lugar dos días a la semana.

El segundo es el almacenamiento y transporte de los residuos. En el tiradero pueden acumularlos hasta juntar una gran cantidad y las empresas de acopio envían sus camiones para comprarlos.

Una ventaja mencionada es que reciben los materiales de manera directa, pues en el tiradero les llegan los residuos previamente depurados por los trabajadores del servicio de limpia.

“La recolección domiciliaria es un gran aporte para la organización, porque si llegaran a cerrar el basurero municipal, como quiera, los compañeros ya tendrían su trabajo afuera”, dice Abel Balderas.

“Hasta ahorita, el presidente municipal dice que no va a concesionar el relleno sanitario”, agrega. De hacerlo, es muy probable que la empresa no les permita continuar recolectando como sí lo hará el Ayuntamiento.

Reciclaje inclusivo, trabajo con derechos
Reciclaje inclusivo significa “incorporar a los recolectores de residuos al sistema de recuperación de materiales valorizables, con el reconocimiento de su labor”, explica Víctor Guzman, coordinador Reciclaje Inclusivo en México de Latitud R.

En México “apenas se está hablando del tema. Hace unos años se intentó desarrollar”, pero el proceso fue interrumpido por la pandemia, agrega. Colombia, Brasil y Argentina son los países que han avanzado más y donde se reconoce a las personas recicladoras como trabajadoras.

Pero acá, antes de hablar de derechos laborales para ese sector “primero habría que despenalizar la pepena. No podemos hablar de reciclaje inclusivo si la mayor parte de las leyes municipales, donde se gestionan los residuos sólidos urbanos, la prohíben”, dice Víctor Guzmán.

Después, reconocer que las pepenadoras y los pepenadores “traen un beneficio económico al Ayuntamiento porque recuperan los residuos in situ y eso le baja volumen a la disposición final. Lo ideal sería hacerlo en al menos 30%, pero vamos avanzando en ese proceso”.

Un proceso en el que se requiere informar y a veces formar a la mayoría de las autoridades municipales dedicadas al tema del medio ambiente, dice.

Después ya podría venir “un pago por servicio. Sería lo último, porque si comenzamos con esto, cuando (los gobiernos) no han comprendido qué es el reciclaje inclusivo, su importancia y los costos que les ahorran, nos rechazarían automáticamente”, señala Víctor Guzmán.

En cada paso la voz de las personas dedicadas al oficio de la pepena debe ir al centro, dice Abel Balderas. Por eso es importante que se garantice su derecho a libertad de asociación y que éste se ejerza, añade.

“Unidos podemos lograr todo esto y mucho más. Sólo así dejaremos de ser los invisibles de siempre, los que no quiere voltear a ver”.

“Me gusta mi trabajo”
Margarita Venegas llegó al tiradero cuando tenía 22 años. Ya cumplió 57 y no piensa jubilarse. Sería imposible que pudiera hacerlo bajo las condiciones de informalidad en la que ha tenido que laborar, pero hay más razones.

“Yo vendré a trabajar hasta que me muera, a descansar al panteón. De salud me siento bien, nada me duele. Me dicen las muchachas que les duelen las rodillas, la espalda, que les duele todo. Gracias a Dios a mí no me duele nada, será porque me gusta mi trabajo”.

Con los 20,000 pesos que se encontró compró un refrigerador y una estufa. Hasta ese momento, hace cinco años, no tenía ninguno de esos enseres. Nunca había podido almacenar alimentos perecederos y la comida que cocinaba en una parrilla eléctrica debía ser consumida el mismo día.

Así que con el dinero que le sobró, llenó su refrigerador.

Con información de Blanca Juárez, El Economista.

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